martes, 11 de noviembre de 2014

Entrada número cuarenta y dos: Lugar.

Mismo miércoles, cuatro y treinta y ocho de la tarde.

Marcus sigue abrazándome, no quiero separarme de él. Su abrazo es firme y reconfortante. Puedo escuchar los latidos, algo alborotados, de su corazón. Huele a Marcus, a tiempos antiguos y felices, cundo éramos Marcus, la abuela y yo.
De repente me encuentro sollozando sobre su hombro. Hace que entre al piso y escucho un chasquido a cerrarse la puerta. “¿Qué pasa bella?” dice acariciándome la mejilla. “¿Lloras por lo contenta que estás de verme?” pregunta con una gran sonrisa. Sus ojos pardos, a veces verdes, a veces marrones brillan. Al igual que su pelo cobrizo. Sonríe enseñando sus perfectos y blancos dientes, tiene un poco de barba, apenas perceptible. Sonrío y me limpio las lágrimas mientras asiento con la cabeza. No entiendo cómo últimamente soy tan llorica.
Miro al piso, recordándolo, la cocina a la izquierda, la sala de estar con su balcón, el aseo a la derecha, el pasillo con las tres habitaciones al fondo, todo es tal y como debe ser. Respiro aliviada mientras dejo la mochila en la mesa de la sala.

“¿Cuánto te quedarás?” pregunta mientras vamos a la cocina. Abre la nevera y me ofrece de todo, pero lo rechazo, no me apetece nada, él acaba echándose un culo de vino tinto en una taza con dibujos animados. Típico de Marcus.

“No sé” respondo a su pregunta. “Hasta que me muera o hasta que mamá y papá dejen de gritarse y pelearse a todas horas.”

“¿Ancora?

“Sí, aún siguen peleándose.”

Suspira y me mira cariñosamente por encima del borde de la taza. “Sabes,” dice después de terminar el vino, “que puedes quedarte aquí todo el verano.” Asiento. Claro que lo sé. Marcus haría cualquier cosa por mí, y yo por él. Está a punto de decir algo cuando se abre la puerta. Se asoma al marco y sale cuando se escuchan unas voces masculinas.

“¡Mark! ¿Quién era esa belleza a la que abrazabas? ¿Eh?” grita una voz masculina. Supongo que son sus amigos.

“Es mi hermana, y cómo le hagáis alg-”

“Wooah, ¿por qué no nos la presentaste antes?”

Siguen con su conversación no tan trivial sobre mí, mientras yo no puedo salir. No me apetece ver a nadie más hoy. Mientras espero hablo con Jane por mensajes. Se disculpa por el comportamiento de su madre y me manda saludos para Marcus. No tenemos mucho más de lo que hablar, pero hablo de cualquier cosa para distraerme, aún no consigo recuperarme de lo de Jenny.

“Aaah, los de enfrente, son irritables.” Entra Marcus diciendo. Nos miramos, y como si estuviéramos conectados nos vamos a la sala de estar, dónde nos sentamos en el sofá y ponemos la televisión como ruido de ambiente. El piso está muy silencioso.

“¿Y el Señor X?” El Señor X es el compañero de piso de Marcus, en realidad se llama Jonas, pero lo llamamos así porque nunca se deja ver, o está estudiando, o está viciado a juegos o está con alguien en la habitación.

“Es verdad. No lo sabes.” Salta emocionado. “Aunque no lo creas, le dieron una beca y está todo junio estudiando fuera.”

Pasamos toda la tarde actualizando nuestros conocimientos el uno sobre el otro. Cenamos cualquier cosa y volvemos al sofá. Puede parecer aburrido, pero se siente bien parecer normal unas horas junto a alguien como Marcus.

“Ah, se me olvidó darte el libro.” Digo mientras voy a mi mochila y cojo el libro que escogí al azar. Cada vez que voy a visitar a Marcus le traigo un libro de la estantería de su habitación. Es un hábito tonto, pero es nuestro hábito.

“Aaah, Hamlet. Mi preferido.” Dice mientras coge el libro. “Ser o n-”

“Cómo digas ese verso, te pego. Hay cosas mejores que esas, ¿sabes? Es como si ahora yo dijera la parte de los patos en El Guardián Entre El Centeno.”

Ríe, se levanta y se pone en posición de recitar “En el cielo. Envíe a alguien para verlo, y si su comisionado no lo encuentra allí, búsquelo usted mismo en otra parte. Pero si no lo encuentra durante este mes, podrá olerlo cuando suba las escaleras de la galería.”

Poniéndome seria, recito autoritariamente. “Vallan a buscarlo allí.”

A lo que responde “Él permanecerá allí hasta que lleguen.” Me sonríe y se vuelve a sentar. “Veo que te lo leíste.”

“Sí, creo que dos o tres veces. La personalidad de Hamlet cuando se hace el loco, es tan genial, que hasta da pena que en realidad estuviera cuerdo, tal vez, no hubiera tenido ese trágico final si no hubiera sido tan listo y hubiera fingido más tiempo aún, antes los demás, ser un necio.”

“Vaya, vas mejorando en tus análisis literarios.” Sonrío satisfecha.  “Yo creo que el final de Hamlet está bien tal y como está. Después de todo el dolor que causó, y su venganza, él debía pagar por ello.”

Me siento incómoda, ¿seré como Hamlet y al final pagaré por mis pecados? El Gordo Cabrón, la Puta, Mary…Jenny.

“Este es el de la abuela.” Dice enseñándome la primera página del libro donde está la firma de mi abuela y una fecha mucho más antigua que la de mi nacimiento. “Es un tesoro. La echo de menos.”

“Y yo.”

Se levanta y me arrastra con él hasta el balcón. Se está poniendo el sol y el cielo está rojizo. Es hermoso. El balcón está conectado a la habitación de Marcus. Tiene un sillón clásico de madera con reposapiés para jardín, una pequeña mesa a juego con un plato y un vaso sucio y una mecedora de tres plazas que se balancea con un toldo. Esta última capricho de Marcus como herencia al morir nuestra abuela. Nos sentamos allí y nos balanceamos con la puesta de sol. Marcus me acerca a él hasta acabar apoyando mi cabeza en su hombro.

“¿Qué se cuenta Ian? Hace mucho que no sé nada de él.”

Otra vez. Trato de relajarme y fingir lo máximo posible. “Su padre murió hace poco, en…en un accidente… y bueno, entre papeleos y asuntos familiares, ni yo lo veo.”

“Vaya, no sabía nada…Qué mala pata. Está sólo completamente. Al menos te tiene a ti.” Termina mirándome con una gran sonrisa. Intento devolvérsela y cambiar de tema.


Mientras nos balanceamos suavemente y entre tema de conversación y silencio relajante, me quedo durmiendo con la brisa nocturna de verano, pensando, en que después de tantos meses, este es el primero en el que me duermo tan agusto.

lunes, 27 de octubre de 2014

Entrada número cuarenta y uno: Tres.

Mismo miércoles, tres y dos de la tarde.

“¿Qué pasa?” pregunto después de sentarme en las escaleras. Trece me obligó a hacerlo. Sigo sintiéndome observada y perseguida. Y es molesto.

“Sé dónde está Ian” respira y se sienta a mi lado. “Era tan evidente... ¿Quieres que vayamos?”

Le miro a sus ojos claros, como siempre me transmiten tranquilidad, pero no puedo evitar, cuando escucho su nombre, sentir nervios e inseguridad.
Pero...ha pasado casi un año...y me tengo que disculpar con él... Me levanto. “Vamos”.

Sonríe y sube por las escaleras. Están vacías, gracias a Dios que los ascensores sirven para algo. Subimos unos tres pisos y nos encontramos cor una puerta que pone Paso restringido. Sólo personal autorizado. Haciendo caso omiso entramos.

Es un pasillo bastante normal. Paredes, techo y suelo blanco. Ventanas que dan hacia la ciudad, con marco blanco. Demasiado blanco. Nos adentramos silenciosamente, giramos a la derecha y nos metemos en otro pasillo, este más oscuro, con puertas a ambos lados con números.

“Phoebe” dice una voz firmemente. Me doy la vuelta rápidamente, asustada, me había parecido escuchar a Ian. Pero sólo era Anthony. “¿Qué haces aquí?” Eso es lo que yo debería haber preguntado.

“Anthony, ¿eras tú el que nos perseguía?”

“Así que te diste cuenta,” oigo a Trece decir satisfecho detrás de mi.

“Sí, ¿qué haces aquí?”

“Fui a ver a Jane y-”

“Y a Alexander. Lo sabía. No tienes derecho a verlo. Fue tu culpa.”

“¿Perdona?” ambos nos acercamos. “¿Qué dices?”

“Lo que oíste. Phoebe, si no hubiera sido por ti Alec no estaría en el hospital, otra vez.”

Increíble.

“Anthony, sé razonable. No fue culpa mía. No fue culpa tuya. Y tampoco lo fue de Jane y Alec. La culpa la tuvo...” Jenny... Me mareo por unos segundos y me entran ganas de vomitar. ¿Cómo la podía haber olvidado? ¿Cómo he olvidado que hace apenas unas horas había matado a una compañera de clase?

“Va, dilo. ¿De quién fue entonces?”

Anthony cada vez está más cerca de mí. Está completamente rojo de la ira y grita. Me enfurezco. No por él, sino por mí misma. Porque sé que realmente la culpa es mía. Y también por mi memoria. Porque estoy harta de olvidar las cosas. Y empiezo a gritarle. No sé, sólo incoherencias.

“¿QUERÉIS DEJAR DE GRITAR?” exclama Trece. Me giro asustada. Nunca lo había visto fuera de sus casillas. “Alguien viene.” Miro a ambos lados del pasillo. No escucho nada.

“¿Quién es ese? ¿Tu nuevo novio?” Anthony sigue a lo suyo. Hasta que Trece nos coge a ambos del brazo y nos mete en una habitación. Entonces nos mira y se pone el índice en los labios. Ambos nos callamos.

Miro la habitación, es blanca y espaciosa. Es como la de Alec. Me siento en la cama. Está perfectamente hecha. La mesilla de al lado está llena de polvo, como si no se hubiera utilizado en años.

Trece parece estar mirando por la cerradura de la llave. ¿Le servirá de algo?

“Phoebe, ¿quién es ese?” pregunta de mal humor Anthony. Al menos se ha calmado. Se sienta a mi lado.

Me aparto de él y me pongo a mirar el móvil. Estoy molesta, no tendría que haberme gritado así.

Tengo dos llamadas perdidas de Marcus. Sonrío inconscientemente. Y le mando un mensaje diciéndole que me queda menos de una hora para llegar. Espero.

“Phoebe…”dice Anthony cautelosamente. Ya no hay un tono de rabia en su voz. Le miro. “Me he pasado, ¿verdad?” Le miró con un en la cara. Esconde su cara entre sus manos y da un grito quedo. Luego sube las manos y se las pasa por el pelo. “¿Perdona?” Le miro, ahora con más suavidad. La verdad es que se me hace imposible estar cabreado con él. Pero aunque deberías ser dura le sonrío un poco.

“La próxima vez contrólate. Ambos saltamos a la primera, hay que llevar cuidado.” Anthony sonríe con esa sonrisa que se pega. Lo que decía, encantador. Nos quedamos un poco callados, observando a Trece, que está rebuscando algo en el armario que hay empotrado en la pared. Entonces hablo. “¿Te acuerdas del chico que te dije que era especial? En el instituto, justo antes de que…ya sabes…” Había sido hace dos días, pero parecían meses. Anthony asiente. “Es él. Se llama Trece. Me está ayudando a buscar a Ian.”

“¿Buscar a Ian?”

“Sí. Creo. Bueno, creía, ahora lo he podido confirmar. Ian desapareció sin más, y un día que lo llamé se mostró completamente sospechoso. Y ya no pude volver a llamarle. Creemos que lo han secuestrado o algo así. Bueno, más bien que ha accedido. Y está aquí, en el hospital.

“¿Qué tiene que ver el hospital con todo esto?”

No es muy seguro lo de las mafias, además, no quiero contarle a Anthony mucho sobre Trece, es su vida, no la mía.

“Él lo sabe mejor que yo.”

“¿Qué yo sé qué?” pregunta Trece acercándose con el cejo fruncido. Siempre va de negro, o colores oscuros, pero estar en la habitación blanca le hace más pálido y elegante. Es como si estuviera en su lugar correspondiente. Un retazo de ideas absurdas acude a mi mente, pero las ignoro. Es muy improbable que fueras eso. “Parece que ya os habéis reconciliado. Pero me temo que es hora de salir de aquí. Lo que he escuchado no me ha gustado nada. Vamos.”

Salimos hasta las escaleras que llevaban a la entrada principal casi corriendo. Al salir fuera del edificio ya fuimos andando, como las personas normales, hasta la parada de autobús. En cinco minutos llegaría un autobús que me llevaría cerca del piso de Marcus.

“Entonces…¿por qué salimos tan rápido? ¿Qué escuchaste?”

“¿Recuerdas que te dije que podían reconocerme fácilmente en el hospital? Pues bien, escuché la voz de jefe, si es que no hubiera otra persona con un puesto más alto. Hablaban de nuevos pacientes, y de que el piso en dónde estábamos les iría muy bien.”

“¿Ian está ahí?” pregunta Anthony. Al final se ha quedado con nosotros.

“Según mi fuente de información de aquí, sí. Dijo que a principios de año internaron a un chico con el pelo rojo. Meses después lo vieron junto al que decía que era el jefe. Pero que después, por las fechas del fallecimiento de su padres, dejaron de verlo. Entonces, hace unos días, dijo que escuchó una conversación que hablaban de él. Y ya no sé nada más.”

Me decepcioné al escuchar eso. Necesito saber más. Parecía que nunca iba a poder encontrarme con él y, al menos, pedirle perdón por mi gilipollez.
Siento impotencia, y ganas de llorar. Muchas.

“Phoebe, el autobús ya llegó.”
Es cierto. Mirando a ambos me despido con la mano y subo al transporte. Ahora está más vacío. Me pongo los auriculares, e intento, por una vez, olvidar todo. No quiero saber nada más. Estoy cansada. Parece que cada vez hay más y más problemas en mi vida que me impiden avanzar hacia la verdad. Esa verdad que ni siquiera estoy segura de qué es, o a qué se refiere.

Cierro los ojos e intento disfrutar de la media hora de viaje, pero no puedo. Cuando me bajo del autobús, siento el calor típico de la tarde. Atravieso el campus hasta llegar al edificio de apartamentos de mi hermano. Subo en ascensor hasta el piso siete y toco el timbre de la puerta de la derecha.

Un alegre ¡Phoebe!  me recibe antes de estrecharme fuertemente entre sus brazos.

Entonces me siento completa, como si estuviera en mi lugar.


miércoles, 18 de junio de 2014

Entrada número cuarenta: Visita II

Mismo miércoles, dos y veinticuatro de la tarde. 

Después de contarle a Trece lo que pasó con la madre de Jane, nos dirigimos al piso cuatro, la habitación quince. Cuando llegamos desde las escaleras interiores Trece se queda parado mirando asombrado el pasillo.

“No puede ser.” Miro el pasillo, en busca de ese algo, pero es un pasillo normal y corriente de hospital.

“¿Qué pasa?”

“Este piso…En este piso sólo hay habitaciones privadas. Es muy probable que, o aquí este Ian, o que esté plagado de ellos.” Ni me molesto en preguntar qué son esos ellos, me lo imagino, en cambio me estremezco. Pensar que puedo estar tan cerca de Ian… “Ve a ver a Alec, yo voy a investigar, tómate tu tiempo. Vendré si sé algo.”  Se aleja por el lado contrario y me quedo sola.

Un poco incómoda voy lentamente a la habitación 415 y llamo, esta vez sí espero una respuesta. En el lado izquierdo de la puerta, debajo del número, está el nombre completo de Alec. Trece tenía razón. Escucho un “pasa” y me adentro.

Al contrario que la habitación de Jane, la de Alec es más grande y espaciosa, es individual y huele bien. Además, tiene televisión y la cama no es de hospital. Hay un sofá que está ocupado por una mochila y un pequeño macuto.

“Soy yo, Phoebe,” digo mientras me adentro para que no pille a Alec por sorpresa. Alec está acostado en la cama, arropado con una fina sábana blanca, tan blanca como su piel. Su pelo, sus ojos y sus ojeras destacan como las estrellas en el cielo. “¿Cómo te encuentras?”

“Phoebe.” Dice como maravillado. “Gracias por venir. Estoy bastante jodido, como puedes ver.” Saca su brazo de debajo de la sábana para enseñármelo. Está lleno de tubos por vía intravenosa. “Pero no es nada nuevo, en unos días volveré a ser el aburrido de Alec.”

“Eh, no digas eso.” Le reprimo mientras le doy un empujoncito en el hombro.
“Pero si es la verdad.”

“Si eso es verdad, yo estoy cuerda y Jane tiene el pelo de su color natural.”

Ambos reímos mientras Alec me da la razón.

“Hablando de Jane. Fue ella la que te dijo dónde estaba mi habitación, ¿no?” Asiento levemente. “Es que al ser una habitación privada en recepción no pueden decir de quién es.” Termina diciendo en voz baja, es como si se avergonzara de tener una habitación privada.

“Sí, fue ella, dijo que querías hablar conmigo de lo de Anthony.”

Frunce el ceño y suspira mientras se levanta de la cama. “Espera un segundo.” Coge el chisme con ruedas que lleva todas las bolsas que están conectadas a su brazo y se dirige a la puerta, la abre, se asoma un momento y la cierra con una especie de pestillo giratorio en el pomo. Cuando vuelve, me da un deja vu al verlo con el camisón del hospital. Es azul claro, de manga corta. Anthony tenía razón, vi a Alec en el hospital, ¿pero cuándo? ¿Cuándo había estado en el hospital? ¿Por qué coño olvido las cosas?

“Alec…¿puedo preguntarte algo raro?”

“Si es sobre este atuendo del demonio que me obligan a llevar en el hospital, no.” Dice sonriendo mientras vuelve a la cama.

“No, no es eso. ¿Por qué…? Bueno, en realidad son dos preguntas. ¿Antes de entrar al instituto nos conocíamos de algo? y, ¿por qué decidiste venir al recreo con Jane y conmigo?”

Alec deja de sonreír y me mira con los labios entreabiertos. Un morado acecha en su barbilla, y seguramente muchos más merodean por su cuerpo. “¿No lo recuerdas? El año pasado esperábamos juntos en una de las consultas del tercer piso. Aquí, en el hospital. Y hablamos durante unos minutos antes de que tuviera que entrar. ¿De verdad no lo recuerdas?”

Me quedo mirándolo embobada. Esto es increíble. ¿Cómo es que antes de conocerlo sólo recordaba de su pecho hacia arriba, y creía haberlo visto con Jane, y ahora no recuerdo nada?  “La verdad es que no lo recuerdo muy bien.” Me esfuerzo en sacar una sonrisa. “Da igual, ¿qué querías hablarme de Anthony?”

Alec se pone tenso y cambia de posición, quedándose frente a mí con las piernas cruzadas a lo indio. “Olvida todo lo que dijo, es imbécil.” Dice bruscamente. Le miro sin saber qué decir. “Piensa que todo lo que me pasa es culpa de él, o de alguien más. Y nunca, nunca me deja hacer nada por mí mismo. Como si fuera un niño pequeño, está todo el día detrás de mí cuando estoy en el hospital. Por eso cerré la puerta, por si venía, está comprando algo de comer. Odio la comida de hospital. Es que odio que me trate así, ya soy mayor. Jo.” Lo intento, pero no puedo. Acabo riéndome a carcajadas delante de él. “¿Qué te hace tanta gracia?”

“Lo-lo siento. Es que has sonado tan adorable hace un momento, que me ha sido imposible contener la risa. De verdad, sonabas como un niño enfadado porque su padre le dice que es demasiado pequeño para ser mayor. Además, pensaba que te ibas a disculpar en nombre de Anthony, no que te ibas a desahogar conmigo sobre él.”

Alec me mira fijamente, para ponerse rojo y apartar la mirada, haciendo que ría unos segundos más. “Mierda. Lo siento. Es que no aguanto que me trate así, y a la mínima salto. En realidad sí quería disculparme en su nombre, ya sabes, los chicos somos imbéciles. No debería haberos dicho eso. No fue culpa vuestra, ni de él. Fue culpa mía, por meterme a defender a Jane. Pero él es reacio a aceptarlo. Por eso lleva de morros desde ayer. Aunque…bueno…” No termina de hablar, pero sus pálidas mejillas vuelven a teñirse de rojo.

“Qué bonito es el amor visto desde otros.” Digo para mí, aunque Alec llega a escucharlo.

“Es un imbécil, pero es mi imbécil y le quiero. Sé que se comporta así porque tiene mucho miedo a que me pase algo. Me molesta que no sea capaz de ver que yo también puedo salir adelante por mí mismo, porque así sabré que tengo la fuerza suficiente para ayudarlo yo sólo. ” Dice más rojo aún. Sonrío levemente y pienso en la relación que tenía con Ian. No era exactamente así, pues siempre he sido muy fría, pero era bonita a nuestra manera, y…la echo de menos. Le echo de menos de él.
Unos toques en la puerta me despierta de mi ensoñación. “Ya voy yo, no te esfuerces mucho.” Digo mientras me dirijo a la puerta, seguro que es Trece, pero si fuera Anthony no sé qué haría. No quiero que vuelva a pasar lo de ayer. Abro la puerta y en efecto es Trece. “Espera un segundo.” Dejo la puerta entreabierta. Voy hacia Alec, que está tumbado en la cama con los ojos cerrados, pero los abre y me mira feliz con sus oscuros ojos. “Tengo que irme. Me alegro de que estés bien.”

“Gracias Phoebe. A ver si para unos días salimos todos a dar una vuelta.” Asiento y me voy, dejándolo sólo en esa fría habitación. Espero que Anthony llegue pronto y arreglen las cosas.


Trece está esperándome en el pasillo de la entrada de la habitación, donde Alec no le ve, pero Trece sí. “Vamos,” dice mientras empuja mi espalda, “tengo una cosa que contarte.” Salimos y siento como si alguien me observara mientras nos dirigimos a las escaleras.

martes, 17 de junio de 2014

Entrada Treinta y nueve: Visita.

Mismo miércoles, una y cincuenta y dos de la tarde.


Al entrar en recepción pregunto por Jane, la recepcionista, con cara de mala leche, me responde de la mala forma y nos encaminamos por los pasillos blancos, con olor a desinfectante hasta el segundo piso. Vamos andando, no me gustan los ascensores, menos en los hospitales. Odio los hospitales, más si están controlados por la mafia.

“Dijiste que la mafia italiana y la japonesa se aliaron. ¿Quién controla el hospital?”

“¿Sabes qué esto no es un juego de estrategia, ni el lugar más indicado para preguntarlo, verdad?” Pregunta un poco irónico. Asiento, lentamente. “Pero si te interesa, la italiana es más de droga, y hace poco la mafia japonesa consiguió controlar por completo esta parte, aun estando en negociaciones de paz con los italianos. Claramente los líderes son ellos, los italianos. Pero los yakuzas son más fuertes e inteligentes.” Me quedo mirándole casi boquiabierta. “¿Qué?”

“Perdona que te contradiga, oh Trece, pero lo que acabas de decir es casi un juego de estrategia en la realidad.”

Trece niega con la cabeza y me da un empujoncito en la espalda.

“Deprisa, esto está plagado.”

Después de subir por las escaleras de servicio, buscamos la habitación de Jane, esto está más lleno de gente de lo que creía. Trece se pone a mi espalda y mete la mano en mi mochila.

“¿Qué haces?”

“Chss, no quiero que me vean.”

Se sitúa a mi lado y mete casi toda la cara en medio de una manga que cogió de mi mochila.

“Seguramente tu color de pelo te delate.” Miro la portada del manga, es negra. “¿POR QUÉ COGES ESE?”

“Al contrario, es imposible que me reconozcan por eso.” Levanta la vista y mira la portada. “¿Qué pasa? Ni que fuera porno.”

“Es BL…” Murmuro.

Be, ¿qué?”

“Nada” digo avergonzada. Todo esto es por culpa del karma. Llegamos a la puerta de Jane y con una mirada a Trece toco la puerta mientras él se queda sentado en una silla cerca de la habitación. Antes de que respondan entro, y veo a Jane acostada en la cama mirando el móvil. Cuando me ve sonríe y parece que la habitación se ilumina hasta que le sonrío con una pequeña sonrisa, y parte de esa luz parece desaparecer.

Jane intenta levantarse pero hace una mueca.

“Tonta, estate quieta.” Me siento en la cama a su lado y ella, con su mano buena me aparta el flequillo.

“Phoebe, ¿cómo estás? Deberías cortarte el flequillo…”

La miro y río. “Soy yo la que debería estar preocupada por ti. No me lo corto porque me da pereza ir a cortarlo.”

Jane sonríe más y se eleva con los codos para apoyarse en el cabezal de la cama. “No estoy tan mal. Sólo tengo una fractura en la clavícula.”

“¿Y por eso tanto tiempo en el hospital?”

“¿Es que hasta esta mañana pensaban que también tenía una costilla rota. El hijo de puta de ayer me dio bien fuerte.” Aprieto los dientes al pensar en la pelea y me entra mala leche, pero se me calma al pensar en lo que le hice a Jenny… Joder, aún no me lo creo. “Phoebe, deberías hablar con Alec. Está preocupado por la actitud de Anthony.”

“¿Has hablado con él?”

Asiente. “Esta mañana vino a visitarme y le conté lo que pasó. Cuando supo lo de Anthony se puso hecho una fiera y lo llamó, y le dijo que fuera directamente a verlo. Ha sido gracioso ver a Alec como el dominante de la relación.” Miró a Jane con los ojos abiertos, mientras ríe por la gilipollez que acaba de decir.

“Eres tonta.” Pero no puedo evitar reírme también. Ella es la única que hace que ría en estas situaciones.

En ese momento perfecto, llega la madre de Jane. Tiene el pelo castaño con bastantes canas, aunque no es tan vieja, o al menos eso aparenta su piel.

“Hola, señora Sanders.” En vez de sonreír y saludarme alegre como siempre me mira con hostilidad, mira a su hija y entra en el baño del cuarto. “¿Qué pasa, Jane?” Ella sólo me mira extrañada y se encoje de hombros para volver a hacer una mueca de dolor. “¿Sabe lo que pasó?” Pregunto en voz baja. Jane asiente. “¿Todo?” Vuelve a asentir.

La madre de Jane vuelve a salir y se sienta en el sillón frente a la cama de mala calidad. Posa su mortífera mirada en mí. Me siento incómoda. Muy incómoda.
Jane coge su móvil y escribe algo, luego lo deja caer en la cama dónde puedo verlo.
Será mejor que vayas a ver a Alec, 415. Luego hablamos. XO

Asiento, y me levanto de la cama, le doy un beso en la mejilla y le deseo que se mejore. Al pasar frente a su madre, me despido de ella y salgo hacia un ambiente menos denso.

Suspiro. ¿Qué le pasará? Algo me agarra del hombro.

“No quiero ver a mi Jane envuelta en estas cosas sólo por tu culpa. Mírate, estás completamente ilesa.”

La puerta de la habitación se cierra y me cago de miedo. Ahora entiendo a Jane cuando decía que su madre no era lo que aparentaba.

“Pervertida.” Dice Trece mientras se acerca y devuelve el manga a mi mochila después de salir de la habitación.

“Te…te lo dije.” Se lo tenía que haber quitado.

“Hey, ¿estás pálida, ha pasado algo con Jane?”


“No…”

sábado, 14 de junio de 2014

Entrada número treinta y ocho: Preguntas y respuestas.

Miércoles, una y trece de la tarde. Parada de autobús.


Cuando llego Trece ya está esperándome.

“Hola, ¿llevas esperando mucho tiempo?” Me siento a su lado.

“Lo justo para que el autobús y tú llegaseis a tiempo.” Dice sonriendo.

No lo comprendo hasta que veo que el autobús se acerca.

“Joder, y yo acabo de sentarme.”

Ríe y nos subimos al autobús, sólo estábamos nosotros en la parada, en cambio, el autobús está casi lleno. Afortunadamente encontramos dos asientos libres y nos sentamos. Me hace gracia la situación. Yendo en autobús a investigar un caso de abuso escolar y un secuestro de mafiosos, después de haber matado a una compañera de clase.
A veces creo que todo es un sueño. No estaría mal que lo fuera.

“Phoebeeeee…¡¡PHOEEBEEE!!”

“¿Eh?, No grites, dime.”

“¿Se estaba bien en tu mundo?”

Me lo pienso, por una parte, todo es una mierda, pero parece que las cosas van aclarándose, además…hoy veré a Marcus.

“Pues si te soy sincera, sí, sí se estaba bien.”

“Claro, fantaseando con tu reencuentro con tu Ian se debe de estar muy bien.” Dice Trece jocoso.

“¿Pero qué dices, tonto?”

“Já, te has sonrojado. Además, no me engañas, estabas sonriendo.”

“Tienes razón. Pero no pensaba en Ian, sino en Jenny, el instituto estará mejor sin ella. Me siento una heroína.”

Trece me mira incrédulo y empieza a reírse.

“Jajajajaja. No te creo. No eres tan mala como para pensar así. Además, hace media hora estabas cagada de miedo.”

“Ya…quería ver si tomándome el tema a coña se pasaba la presión que tengo. Me ha dejado bastante tocada.”

Supongo que por eso voy a recurrir a Marcus esta noche.

Se crea un silencio incómodo. Mi hombro choca con el de Trece, es cálido. Sólo se escuchan los ruidos del viejo autobús, y a la gente bajar y subir. Una niña con una mochila sube cogida de la mano de una chico de más o menos mi edad, se sientan frente a nosotros. La niña, emocionada, le cuenta al que supongo que es su hermano, cómo le ganó corriendo a una tal Lauren.
Mientras los observo noto el dedo de Trece en mi mejilla. Me vuelvo hacia él.
Está sonriendo.

“Cuéntame algo de tu familia. Hemos compartido tantas experiencias, pero aun así, me doy cuenta de lo poco que sé de ti.” Su tono es suave e incluso cálido, tanto que me atrae.

“¿Cómo sabías que estaba pensando en mi familia?”

Trece ríe. “Tu ojos te pierden. Son como luces de neón avisando lo que piensas.”

Bajo la mirada, y sin pensarlo decido en contárselo. Es Trece al fin y al cabo.

“Pensaba en mi hermano.”

Trece finge cara de asombro y me mira. Está feliz, y eso me hace feliz.

“¡Increíble! No le cuentas a tu compañero de aventuras que tienes un hermano, pero sí eres capaz de quedarte a dormir en su casa cuando te viene en gana.” Ríe otra vez. Avergonzada, pues tiene razón, bajo la mirada. Aunque yo tampoco sé nada de él. “Va, no te pongas así. ¿Cómo se llama? No me dejes ahora con la curiosidad.” Mi pica otra vez la mejilla y no me puedo resistir.

“Se llama Marcus, tiene dos años más que yo. Y siempre me daba en la mejilla cuando quería que hablase. En cierto modo me recuerdas a él.”

“¿Ah, sí? ¿En qué nos parecemos?”

Me lo pienso muy poco.

“En que la mayoría de las veces sois capaces de hacerme olvidar las cosas malas que me pasan, o que suceden a mi alrededor.” Casi al instante dejo de mirarle a sus claros ojos. ¿Qué cosas estoy diciendo?

“No te cortes, tú misma has dicho que me parezco a tu hermano, eso nos convierte en casi hermanos. Así que venga, hermanita, entretenme en el trayecto al hospital. Qué es bastante largo, por cierto.”

“¿Qué quieres que te cuente?” pregunto confundida.

“No lo sé, ilústrame.” Acaba con una gran sonrisa.

“Gracias por tu aportación.”

Ríe y me da un empujón.

“Pues, puedes empezar diciendo por que no te gusta hablar de tu familia.”

“Pareces un psicoanalista.” Ambos reímos. “No sé, siempre me llevé mejor con mi padre que con mi madre. Pero nunca les tuve ese cariño que tenían mis compañeros de clase, para recibirlos y despedirlos con besos y abrazos. En cambio, con mi abuela y Marcus me pasaba la vida abrazándoles.” Es extraño, porque de eso si recuerdo cosas. Mi memoria está jodida.

“¿Algo más?”

“¿Estás muy cotilla hoy, no?”
“Estamos en un autobús, rodeados de gente. Un par de crías detrás de nosotros están hablando todo el rato sobre nosotros. Tendré que aparentar ser alguien normal, ¿no?”

Extrañada me doy la vuelta, y veo a dos chicas más jóvenes que yo, hablando entre cuchicheos, cuando ven que las estoy viendo dejan de hablar. Odio a la gente así.

“¿Qué decían?”

“Chorradas, que si tu vestimenta, que si mi pelo…¿Prefieres hablar de otra cosa?”

“Niñatas. No sé…¿Cómo es que sabes tanto de la mafia?”

“¡Eh, con eso no daremos el pego! Además, no quiero aburrirte con historias de antes de que nacieras.”

“Eso suena a que fuiste criado por una mafioso o algo así” Digo riendo.

Trece, serio, me mira. “Quién sabe, podrías no estar tan desencaminada.”
¿Qué le ha pasado de repente?

“¿Sabes? Las dos cotillas de atrás no han parado de mirarte.” Digo intentando enfriar el ambiente.

Trece las mira, percatándose que se bajaron en la parada anterior.

“Y yo que pensaba que sólo se me daba a mi bien cambiar de tema.”

Al escucharlo, veo que las chicas se habían bajado y río avergonzada junto a él.

“Creo que ya llegamos.”

Nos bajamos del autobús frente al edificio blanco. Saber que está controlado completamente por la mafia da miedo. Haciendo de tripas corazón, me adentro en él. Pensando en Alec, Jane e Ian. Siempre en Ian.