lunes, 27 de octubre de 2014

Entrada número cuarenta y uno: Tres.

Mismo miércoles, tres y dos de la tarde.

“¿Qué pasa?” pregunto después de sentarme en las escaleras. Trece me obligó a hacerlo. Sigo sintiéndome observada y perseguida. Y es molesto.

“Sé dónde está Ian” respira y se sienta a mi lado. “Era tan evidente... ¿Quieres que vayamos?”

Le miro a sus ojos claros, como siempre me transmiten tranquilidad, pero no puedo evitar, cuando escucho su nombre, sentir nervios e inseguridad.
Pero...ha pasado casi un año...y me tengo que disculpar con él... Me levanto. “Vamos”.

Sonríe y sube por las escaleras. Están vacías, gracias a Dios que los ascensores sirven para algo. Subimos unos tres pisos y nos encontramos cor una puerta que pone Paso restringido. Sólo personal autorizado. Haciendo caso omiso entramos.

Es un pasillo bastante normal. Paredes, techo y suelo blanco. Ventanas que dan hacia la ciudad, con marco blanco. Demasiado blanco. Nos adentramos silenciosamente, giramos a la derecha y nos metemos en otro pasillo, este más oscuro, con puertas a ambos lados con números.

“Phoebe” dice una voz firmemente. Me doy la vuelta rápidamente, asustada, me había parecido escuchar a Ian. Pero sólo era Anthony. “¿Qué haces aquí?” Eso es lo que yo debería haber preguntado.

“Anthony, ¿eras tú el que nos perseguía?”

“Así que te diste cuenta,” oigo a Trece decir satisfecho detrás de mi.

“Sí, ¿qué haces aquí?”

“Fui a ver a Jane y-”

“Y a Alexander. Lo sabía. No tienes derecho a verlo. Fue tu culpa.”

“¿Perdona?” ambos nos acercamos. “¿Qué dices?”

“Lo que oíste. Phoebe, si no hubiera sido por ti Alec no estaría en el hospital, otra vez.”

Increíble.

“Anthony, sé razonable. No fue culpa mía. No fue culpa tuya. Y tampoco lo fue de Jane y Alec. La culpa la tuvo...” Jenny... Me mareo por unos segundos y me entran ganas de vomitar. ¿Cómo la podía haber olvidado? ¿Cómo he olvidado que hace apenas unas horas había matado a una compañera de clase?

“Va, dilo. ¿De quién fue entonces?”

Anthony cada vez está más cerca de mí. Está completamente rojo de la ira y grita. Me enfurezco. No por él, sino por mí misma. Porque sé que realmente la culpa es mía. Y también por mi memoria. Porque estoy harta de olvidar las cosas. Y empiezo a gritarle. No sé, sólo incoherencias.

“¿QUERÉIS DEJAR DE GRITAR?” exclama Trece. Me giro asustada. Nunca lo había visto fuera de sus casillas. “Alguien viene.” Miro a ambos lados del pasillo. No escucho nada.

“¿Quién es ese? ¿Tu nuevo novio?” Anthony sigue a lo suyo. Hasta que Trece nos coge a ambos del brazo y nos mete en una habitación. Entonces nos mira y se pone el índice en los labios. Ambos nos callamos.

Miro la habitación, es blanca y espaciosa. Es como la de Alec. Me siento en la cama. Está perfectamente hecha. La mesilla de al lado está llena de polvo, como si no se hubiera utilizado en años.

Trece parece estar mirando por la cerradura de la llave. ¿Le servirá de algo?

“Phoebe, ¿quién es ese?” pregunta de mal humor Anthony. Al menos se ha calmado. Se sienta a mi lado.

Me aparto de él y me pongo a mirar el móvil. Estoy molesta, no tendría que haberme gritado así.

Tengo dos llamadas perdidas de Marcus. Sonrío inconscientemente. Y le mando un mensaje diciéndole que me queda menos de una hora para llegar. Espero.

“Phoebe…”dice Anthony cautelosamente. Ya no hay un tono de rabia en su voz. Le miro. “Me he pasado, ¿verdad?” Le miró con un en la cara. Esconde su cara entre sus manos y da un grito quedo. Luego sube las manos y se las pasa por el pelo. “¿Perdona?” Le miro, ahora con más suavidad. La verdad es que se me hace imposible estar cabreado con él. Pero aunque deberías ser dura le sonrío un poco.

“La próxima vez contrólate. Ambos saltamos a la primera, hay que llevar cuidado.” Anthony sonríe con esa sonrisa que se pega. Lo que decía, encantador. Nos quedamos un poco callados, observando a Trece, que está rebuscando algo en el armario que hay empotrado en la pared. Entonces hablo. “¿Te acuerdas del chico que te dije que era especial? En el instituto, justo antes de que…ya sabes…” Había sido hace dos días, pero parecían meses. Anthony asiente. “Es él. Se llama Trece. Me está ayudando a buscar a Ian.”

“¿Buscar a Ian?”

“Sí. Creo. Bueno, creía, ahora lo he podido confirmar. Ian desapareció sin más, y un día que lo llamé se mostró completamente sospechoso. Y ya no pude volver a llamarle. Creemos que lo han secuestrado o algo así. Bueno, más bien que ha accedido. Y está aquí, en el hospital.

“¿Qué tiene que ver el hospital con todo esto?”

No es muy seguro lo de las mafias, además, no quiero contarle a Anthony mucho sobre Trece, es su vida, no la mía.

“Él lo sabe mejor que yo.”

“¿Qué yo sé qué?” pregunta Trece acercándose con el cejo fruncido. Siempre va de negro, o colores oscuros, pero estar en la habitación blanca le hace más pálido y elegante. Es como si estuviera en su lugar correspondiente. Un retazo de ideas absurdas acude a mi mente, pero las ignoro. Es muy improbable que fueras eso. “Parece que ya os habéis reconciliado. Pero me temo que es hora de salir de aquí. Lo que he escuchado no me ha gustado nada. Vamos.”

Salimos hasta las escaleras que llevaban a la entrada principal casi corriendo. Al salir fuera del edificio ya fuimos andando, como las personas normales, hasta la parada de autobús. En cinco minutos llegaría un autobús que me llevaría cerca del piso de Marcus.

“Entonces…¿por qué salimos tan rápido? ¿Qué escuchaste?”

“¿Recuerdas que te dije que podían reconocerme fácilmente en el hospital? Pues bien, escuché la voz de jefe, si es que no hubiera otra persona con un puesto más alto. Hablaban de nuevos pacientes, y de que el piso en dónde estábamos les iría muy bien.”

“¿Ian está ahí?” pregunta Anthony. Al final se ha quedado con nosotros.

“Según mi fuente de información de aquí, sí. Dijo que a principios de año internaron a un chico con el pelo rojo. Meses después lo vieron junto al que decía que era el jefe. Pero que después, por las fechas del fallecimiento de su padres, dejaron de verlo. Entonces, hace unos días, dijo que escuchó una conversación que hablaban de él. Y ya no sé nada más.”

Me decepcioné al escuchar eso. Necesito saber más. Parecía que nunca iba a poder encontrarme con él y, al menos, pedirle perdón por mi gilipollez.
Siento impotencia, y ganas de llorar. Muchas.

“Phoebe, el autobús ya llegó.”
Es cierto. Mirando a ambos me despido con la mano y subo al transporte. Ahora está más vacío. Me pongo los auriculares, e intento, por una vez, olvidar todo. No quiero saber nada más. Estoy cansada. Parece que cada vez hay más y más problemas en mi vida que me impiden avanzar hacia la verdad. Esa verdad que ni siquiera estoy segura de qué es, o a qué se refiere.

Cierro los ojos e intento disfrutar de la media hora de viaje, pero no puedo. Cuando me bajo del autobús, siento el calor típico de la tarde. Atravieso el campus hasta llegar al edificio de apartamentos de mi hermano. Subo en ascensor hasta el piso siete y toco el timbre de la puerta de la derecha.

Un alegre ¡Phoebe!  me recibe antes de estrecharme fuertemente entre sus brazos.

Entonces me siento completa, como si estuviera en mi lugar.


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