martes, 14 de enero de 2014

Entrada número Treinta y uno: Sin Despedida.

Aunque Trece me dijo que volviera para que hablásemos sobre Ian, con los exámenes no pude. Que me esté convirtiendo en una asesina no quiere decir que vaya a descuidar mis estudios. Por eso ha pasado una semana y sigo sin saber de Ian. Cada minuto que pasa me pongo más ansiosa y sólo puedo imaginarme lo peor. Para colmo sólo quedan cinco minutos para que suene el timbre y el Sr. Anderson no puede cerrar la maldita boca y dejar de hablar sobre Kant.
Sigo en la última fila, y el Sr. Smith, el calvo de física, como el tutor de mi clase se sigue preocupando por mí, aunque no mucho porque mis notas son tan buenas como antes.
Mi clase sigue igual. Estoy deseando terminar ya el curso, para empezar el último que me queda y hacer lo que me venga en gana.

Dirijo mi mirada hacia Jenny. Está igual que siempre, no, está peor. Cada vez que la miro o me topo con ella me cabreo al instante sin razón. Mi enfado no es normal. No, lo que no es normal es no saber por qué la odio. Antes me conformaba con pensar que caía accidentalmente y moría, ahora tengo la necesidad de ser yo ese accidente que la mate.

Siento una presión conocida en mi pecho, me cuesta respirar. Estaba tardando en llegar.
Desde que hablé con Trece me pasa esto a todas horas, creo que mi cerebro se cansó de mí y también me quiere abandonar.

Antes de que pueda seguir pensando más cosas raras suena el timbre que nos anuncia nuestros 45 minutos de paraíso.

Cuando llego al sitio dónde acostumbro a sentarme en el recreo con mis amigos me encuentro con Anthony y Alec sentados muy juntos en el poyete con los pies colgando.

“Hola.” Normalmente habría dicho algo en plan Hola tortolitos; o, Iros a un hotel, pero no estoy de humor y lo han notado.

“Hola Phoe.” Dice alegremente Anthony pegándose más a Alec para dejarme hueco. “Alegra esa cara.”

Sonrío levemente.

¿Pasó algo?” Pregunta Alec asomándose por delante de Anthony.

Le miro fijamente, le ha crecido el pelo y casi le tapa los ojos oscuros. Sus ojeras han aumentado, pero ahora sé que no son de no dormir, si no de su enfermedad, parece que ha empeorado.

Recuerdo la conversación que tuve con él en casa de Jane, ya sé que dijo que me iba a ayudar, pero no quiero involucrarlo en mis mierdas. Entonces niego con la cabeza en respuesta y me encojo de hombros. “Creo que no. Tendré un mal día. ¿Y tú, estás bien? Parece que…” Me corto, no sé por qué, pero no puedo decírselo a la cara. Es como si estuviera hablando con alguien a quien recientemente se le murió su padre y evitas hablar sobre padres.

“¿La anemia? Sí, volví a  tener un bajón. Pero no pasa nada, estoy bien.” Nos sonríe a ambos. Ojalá tuviera yo su fuerza de voluntad. “Aaah.” Dice bajándose y cogiendo su mochila. “Gracias Phoebe.”

Anthony y yo nos quedamos mirándolo extrañados. ¿Qué es lo que hice?

“Alec, ¿dónde vas?” pregunta receloso el rubio.

“Phoebe me recordó que tengo que tomarme la medicación, pero no tengo agua, así que iba a comprarla.”

Así que era eso…

“Espera Alexander, te acompaño.” Responde Anthony a punto de bajarse.

“No hace falta, quédate aquí. Con Phoebe.” Alec termina echándole a Anthony una de esas miradas de pareja.

Entendiéndola se vuelva a sentar a mi lado y ve alejarse a Alec entre un grupo de gente que va corriendo a la otra parte del instituto. Luego Anthony me mira con una sonrisilla y las cejas alzadas incrédulo. Su expresión me hace gracia y sonrío.

“Eh, sonreíste.” Sonríe de vuelta y luego su expresión se vuelve más seria. “Phoebe, guardarse las cosas no es bueno, necesitas desahogarte o algo. Si quieres puedes hacerlo conmigo. Intentaré ayudarte.”

Me lo pienso, a lo mejor funciona…Pero tendría que contarle todo.

“Bueno…aunque tendría que empezar desde el principio y a lo mejor no te gusta.”

“No estamos aquí para hablar de mí, no te preocupes.”


“Cómo quieras, pero yo ya avisé…”

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