Siempre imaginaba la muerte de las
personas, pero nunca pensé que me sentiría así.
Me sentía genial, cómo si me hubiera
quitado un peso de encima, toda esa sangre...
“¿Dónde dormirás?”me pregunta
Trece después de las presentaciones.
“Tenía pensado en este callejón,
pero creo que ya no es buena idea”
“¿No tienes casa?”
“Sí, claro que tengo, pero hoy,
digamos que me escapé”
“Ven, puedes dormir conmigo” dice
después de tenderme la mano.
“Ehh... esto...”
“Me refería en mi, hogar”
Alarga la mano que me tendió y
cogiéndome de la muñeca me lleva por el centro, por las calles más
desérticas, pasando delante de gente, indeseable hasta un
apartamento un poco viejo.
Su piso irónicamente es el 13-B
“¿Realmente te llamas Trece?”
pregunto mientras abre la puerta del apartamento.
“Sí, no recuerdo el nombre que me
pusieron mis padres, así que decidí mi propio nombre”
“Apuesto a que te lo pusiste cuando
tenías trece años”
Ríe y consigue abrir la puerta,
invitándome a pasar.
Su apartamento me recuerda a mi
habitación, desordenada, pero a su manera, es agradable.
“Te ofrecería la cama pero está
sucia y llena de sangre, me da pereza cortarme en el baño, hace
frío.”
“A mí me gusta el frío.”
“Genial, entonces, no te quejarás al
dormir en el sofá.”
Me señala donde está, me despide con
un gesto parecido al de los militares, pero solo con dos dedos y se
va. Me gusta, me gusta la gente así. Creo que nos vamos a llevar
bien, muy bien.
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